Caprichos
Por Luis Enrique Padrón
La fantasía, aislada de la razón, solo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos.
Francisco de Goya (pintor español, 1746-1828)
Ante imágenes consistentes en espacios urbanos poblados de una fauna enrevesada y un tanto imaginativa, pudiera suponerse que lo social es un contenido a tener en cuenta en la obra de Yohy Suárez. Pero si nos fijamos en la sensibilidad que despierta su trabajo comprenderemos que su intención no es juzgar o alegorizar; reseñar lo cotidiano o fundar algún arquetipo. Más allá de lo cultural, de las líneas filosóficas que lo social interpela hoy en día, incluso, de las reflexiones sobre la historia; planta sus fantasías urbanas por el sencillo placer de elucubrar con el tiempo histórico.
La ciudad lo acompaña en toda ocasión. La esboza cual circuito escenográfico. No le interesa circunscribirse a La Habana, ni a un determinado modelo de espacio –interior, exterior; privado, público; religioso, político o cultural. Asume lo arquitectónico como índice de un determinado contexto narrativo; es una metáfora de la cultura contemporánea y su ambigua red de símbolos.
Es en la humanidad donde se centran los detalles fascinantes de su imaginería, que obedece a una voluntad caótica y enrevesada. Cada situación relatada supone un desacato. Miradas frontales, desafiantes e invasivas lo corroboran. No se trata de máscaras; no es un carnaval, tampoco una escena costumbrista; estamos lejos del pintoresquismo y la jocosidad de otro tipo de estampas; también del drama y el dolor. Hay algo entre místico y vil en el carácter de sus volátiles personajes, que habitan lejos de las pautas culturalmente legítimas, los estereotipos, los rituales y lo que el concepto identidad determina. La demencia inserta en sus ademanes y en el peso de sus pupilas ansiosas, es índice de la soberanía que sus cuerpos ostentan. La locura para ellos ha sido la liberación.
La peculiar manera de pintar de Yohy certifica estas aproximaciones: un dibujo grosero; una paleta de colores sucios, melancólicos, definitivamente enfermizos; un rejuego compositivo que anuncia caos y descontrol; un equilibrio agitado; una armonía ligeramente nauseabunda; en fin, un universo pictórico crudo y contagioso. Desde el punto de vista técnico llama la atención que todos los recursos visuales están llamados a generar una imagen límpida, más no pulcra. El dibujo posee un carácter entre atormentado y perverso; el color es inocuo y queda encubierto como sustancia, derrame, veladura, moho, fetidez. La capacidad de la pintora cubana Antonia Eiriz (1929-1995) para sacar verdad de lo turbio, lo sombrío y lo terrible, se equipara en el trabajo de Yohy Suárez al gusto por la perversión.
Si los seres de aquella noble pintora cubana se retorcían, afligidos por lo apesadumbrado que resultaba el compromiso social de ser héroe, los de Yohy se han liberado de toda posible presión y atraviesan el dolor, el espanto y la ternura, para ser de una vez y por todas, epítetos del tiempo eterno. Son animales liberados en la muerte –espiritual y no física, como se espera. En ese punto de la lectura, pudiera uno afirmar que esa poética es una interpretación fiel de la sensibilidad de nuestra época, sesgada de toda virtud, pacto del hastío y la vileza, la dejadez y la deshonra. Pero una visión no debe confundirse con la realidad: la poesía no es una ciencia exacta. El artista nos aclara estos puntos de vista con gran astucia: “intento imaginar lo que en el pasado pudo haber sido noticia, como si fuera una especie de cronista; estuve allí y lo documenté, no hay testimonios, nadie más lo vio, tuve esa suerte”.
Caprices
By Luis Enrique Padron
Fantasy, isolated from reason, only produces impossible monsters. United to it, on the other hand, it is the mother of art and the source of its desires.
Francisco de Goya (Spanish painter, 1746-1828)
Faced with images consisting of urban spaces populated by a convoluted and somewhat imaginative fauna, it could be assumed that the social is a content to be taken into account in the work of Yohy Suárez. But if we look at the sensibility that his work awakens, we will understand that his intention is not to judge or allegorize; to review the everyday or to establish some archetype. Beyond the cultural, beyond the philosophical lines that the social question today, even of reflections on history; he plants his urban fantasies for the simple pleasure of lucubrate with the historical time.
The city accompanies him on every occasion. He sketches it as a scenographic circuit. He is not interested in circumscribing himself to Havana, nor to a certain model of space -interior, exterior; private, public; religious, political or cultural. He assumes the architectural as an index of a certain narrative context; it is a metaphor of contemporary culture and its ambiguous network of symbols.
It is in humanity where the fascinating details of his imagery are centered, which obeys a chaotic and convoluted will. Each situation reported is a contempt. Frontal, defiant and invasive looks corroborate this. It is not about masks; it is not a carnival, nor a costumbrist scene; we are far from the picturesqueness and jocularity of other types of pictures; also from drama and pain. There is something between mystical and vile in the character of his volatile characters, who live far from culturally legitimate patterns, stereotypes, rituals and what the concept of identity determines. The dementia inserted in their gestures and in the weight of their anxious pupils, is an index of the sovereignty that their bodies hold. Madness for them has been liberation.
Yohy’s peculiar way of painting certifies these approaches: a coarse drawing; a palette of dirty, melancholic, definitely sickly colors; a compositional play that announces chaos and lack of control; an agitated balance; a slightly nauseating harmony; in short, a raw and contagious pictorial universe. From the technical point of view, it is striking that all the visual resources are called upon to generate a limpid image, but not a neat one. The drawing has a character between tormented and perverse; the color is innocuous and remains concealed as substance, spill, glaze, mold, fetidness. The ability of Cuban painter Antonia Eiriz (1929-1995) to draw truth from the murky, the somber and the terrible, is equated in Yohy Suarez’s work with a taste for perversion
If the beings of that noble Cuban painter writhed, afflicted by the sorrowfulness of the social commitment of being a hero, Yohy’s have freed themselves from all possible pressure and go through pain, horror and tenderness, to be once and for all, epithets of eternal time. They are animals liberated in death – spiritual and not physical, as expected. At this point in the reading, one could affirm that this poetics is a faithful interpretation of the sensibility of our times, skewed of all virtue, a pact of weariness and vileness, slovenliness and dishonor. But a vision should not be confused with reality: poetry is not an exact science. The artist clarifies these points of view with great astuteness: «I try to imagine what might have been news in the past, as if I were a kind of chronicler; I was there and I documented it, there are no testimonies, nobody else saw it, I was lucky».